¡Usted hace milagros!

¡Usted hace milagros!

La madre de Lucas me llamó,  referida por otro paciente,  a quien apoyé y acompañé  con algunos temas, entre otros dejar una adicción. Sus palabras me dejaron sorprendida:

—La estoy llamando porque quiero que atienda a mi hijo Lucas, este muchacho anda fumando marihuana,  hasta en la casa y el papá y yo nos estamos enloqueciendo. La mamá de Tomás me dijo que usted hace milagros y yo a ella le creo! Me contó que el muchacho después de la  terapia con usted  se transformó. Yo quiero que haga lo mismo con el mio.

Hice a la madre la observación honesta y clara que siempre hago al padre, a la madre o al familiar que  quiere empujar a un adolescente o a otro  a terapia:

—¡Definitivamente yo no hago milagros!, aquí avanza quien está  dispuesto a trabajar, a  cambiar, a soltar, quien está dispuesto a mirarse. Si tu hijo quiere y está dispuesto a trabajar en su  proceso, puedo acompañarlo, de lo contrario, estamos perdiendo tiempo y recursos económicos.

—Sí, mi muchacho quiere. Además para que le trabaje ese genio que tiene tan espantoso, usted lo viera como trata a la novia, eso es de HP para arriba. Yo confió en usted.

—Es importante que sepas además,  que trabajo con mi  paciente solo los temas que para él tienen interés, los que pone sobre el tapete, lo que le angustia, lo que desea sanar. Pero si él no los  puntualiza y no los considera importantes, no los puedo trabajar.

Leí un cierto titubeo, falta de certeza  en las palabras de aquella madre angustiada, cuando el chico asistió al espacio terapéutico mis sospechas se confirmaron.

A la semana siguiente tuve a Lucas en mi consulta. Lucas tiene 20 años, habla, gesticula  y se comporta como un hombre mayor. Apenas tomó asiento empezó a platicarme de su negocio, vende joyas, del dinero que semanalmente saca, del orgullo que se deriva de  sus distribuidores,  que son mayores que él, de las fiestas a las que asiste y de su relación con “tipos duros”.

Trajo a colación su consumo de marihuana y  desestimó su adicción diciendo: “yo me fumo unos moños de calidad, no la basura que se fuman los chichipatos…”.

Lucas llegó fanfarroneando con  sus ingresos,  sus  trabajadores,  su capacidad para emprender. Se  atrincheró en sus fortalezas económicas, de relación y su gestionar en los negocios. Estaba allí obedeciendo a sus padres, pero en manera alguna tenía un deseo real y sincero  de cambio y transformación. No había con quien trabajar.  De todas formas me aventuré.

—¿Deseas trabajar tu adicción?, pregunté.

—Doc, es que yo no soy adicto, mi mamá y mi papá le ponen mucha tiza al asunto. Yo apenas me fumo una o dos pipas en la noche, no sé porque se preocupan,  yo fumo calidad, le compro a un man que la cultiva en óptimas condiciones, yo no fumo basura.

Confirmado, no había con quien trabajar.

— ¿Doc, nos vemos dentro de ocho?

—Lucas,  vuelve cuando estés dispuesto a cambiar, de lo contrario los dos perdemos el tiempo y tus padres pierden la inversión.

 

 

 

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