17 Dic Retazos de navidad
De mi novela: !Voy a resucitarte! tomo este retazo de esta época llena de luz, amor e inocencia. Gracias a mis padres y a la vida por tanto amor.
…Se acerca la Navidad como un río opulento, despacioso. Las luces parecen pedacitos de sol encaramadas en los balcones, en los árboles, asomándose por las ventanas, y titilan bailando cuando oyen los villancicos.
La Navidad me devuelve a los días de infancia, a los regalos del Niño Jesús. Nos habíamos ido para la finca de Vargas, en el Santuario y desde el día de las velitas, empezaba a contar los días para la llegada del niño Dios.
Todos los días madrugábamos a ver como la tía Laura ordeñaba y luego nos servía la postrera que nos comíamos con arepa de mote. Mi hermano Ricardo, desde el primer día se rehusó: Madrina, yo no quiero leche de animal, yo mejor le pido a mi mamá leche de litro.
—Mami, a esta finca tan lejos ¿si llega el Niño Jesús? —pregunté confundida.
—No te preocupes hija, te aseguro que hasta aquí va a llegar.
En las tardes caminábamos hacia la montaña del frente, con las tías contentas Rosita y Oliva. En la cima, los árboles y chamizos estaban tan abrazados que casi no dejaban caminar. Nos llenábamos de hojas, cadillos y mosquitos persiguiendo palos de guayaba. ¡Capturado! Gritaba alguien y los otros respetábamos el botín.
Con mis hermanos, mirábamos el almanaque todos los días. Al fin, llegó, la noche de Navidad.
—¿Mami, si me acuesto ya, el niño Jesús viene ahí mismo?
—No creo hija, él está repartiendo juguetes a todos los niños del mundo. ¿Por qué no te quedas levantada, que vamos a empezar a esconder al Niño Jesús?
—¿Con cuánto van a empezar?
—Empieza tu tío Tulio, con mil pesos. ¡Vale la pena!
—Mami, si lo escondió Tulio, es para los grandes.
—Ven juega y así aprendes, si no nunca vas a aprender.
—Fríos, fríos, fríos —gritaba Tulio riéndose maliciosamente.
—Dame una pistica —le dije.
—Ve que tan fregada esta muchachita, busque, mijita, a ver.
Ya habíamos puesto la casa patas arriba y algunos buscadores estaban a punto de desmayar.
—¡Eh avemaría, qué flojos! —dijo Tulio y continuó —hay uno tibio, tibio, tibio.
—¿Quién? —gritamos todos.
—Ah, eso si no sé yo. Tibio, tibio, tibio.
Era imposible saber. Los buscadores estaban regados por toda la casa, estaban en los cuartos, en el comedor, la cocina, los corredores, los árboles cercanos a la casa, el establo.
Miré a Rosita, estaba en la porqueriza y entonces gritó a las carcajadas.
—¡Lo encontré, lo encontré, lo encontré, lai laraila!
—¿Dónde? —se oyó la pregunta de todos.
—¡Amarrado al hocico de Conchita! Mírenla, está feliz, parece tarareando villancicos.
¿Qué sentirá Conchita cuando oye los villancicos? A mí me arrullan, me llevan a Belén y me ponen al niño Jesús tan cerquita, que puedo oírlo reír. ¡Y les gusta a los perros también!
Me lo contó Juanita, la perra labradora negra que teníamos en la finca. Hasta que la conocí, jamás había tocado un perro. Empecé diciéndole: ¡linda, hermosa! ¿Quién es la perra más preciosa del universo? Como si le estuviera hablando a mis muñecas. Y Juanita se enroscaba, y me hablaba gruñendo lacrimosa y contemplada.
Cuando iba a caminar salía detrás de mí; se echaba en el pasto cuando empezaba a leer y no me desamparaba hasta que me veía cerrar el libro.
Un día mi madre me dijo: Juanita anda perdida, no la he visto en toda la tarde. ¿Por qué no la buscas?
—Está donde Lucas, el novio —dijo mi papá.
Me fui a la casa de Lucas y, efectivamente, allá los encontré a los dos, muy contentos.
—Juanita, la linda, la hermosa, ¡vamos, para la casa!
¿Quién dijo que oía? Parecía ciega, sorda y muda. En esa rogativa estuve mientras oí el lado de un casete de villancicos. Y Juanita, no se movía.
Entonces, tuve una idea loca: ¿le gustarán a Juanita los villancicos? Pensé, Vamos a ver. Me quité los audífonos y puse el volumen para todos, entonces oímos:
Se encuentra en un portal muy pobre, el niño de María y José, el Niño que en Belén naciera y fuera nuestro redentor. Ven, ven, ven, Jesús ven, ven, ven, ven, ven, que te quiero yo, ven, ven, ven Jesús ven, ven, ven mi amor…
Juanita se quedó mirándome, empecé a devolverme y ella salió detrás de mí.
Esa Navidad escondimos el Niño Jesús, hasta la una de la mañana y luego nos fuimos a dormir.
—Rosita, quiero dormir contigo.
—Pero si no te orinas mocosa, ¿has visto como tienes el colchón? —me dijo haciéndome un torcido amoroso.
—Ch, ch, ch. ¡Se dan cuenta!
—¡Todo el mundo lo sabe! ¿O crees que cuando ven el colchón asoleándose, piensan que fui yo? Orina primero y así disminuimos riesgos.
Apagaron las luces y yo me dormí. Clareando el día, un paquete gigante en la almohada me robaba mi espacio.
—¡Llegó el Niño Jesús! Grité. Prendieron las luces y todos mis hermanos se abalanzaron a sus paquetes.
—¿Qué te trajo el Niño Jesús, mi amor? —preguntaron ansiosos papá y mamá.
—Mira papi, mami, el Niño Jesús me trajo una casita con todo: camas, tocador, chifonier, comedor. La cocina viene con las ollas y el huevito listo. ¡Qué lindo y huele a Niño Jesus!
—Luz de Luna, ¡Qué belleza! Déjame oler —decía mi mamá —¡qué rico, huele a puro Niño Jesús!
—Papi, huele.
—Sí, mijita, huele a puro Niño Dios.
—¿Viste los traídos de tus hermanos?
—¡Qué carros más lindos y grandotes, casi quepo en ellos! —dije contemplando los regalos.
—Ni se te ocurra, Luz de Luna—dijo Ricardo.
—Mami, mira mi Carro negro, de la policía y también nos trajo una trompeta a mi hermano y a mí, y huele a rico. ¿Es incienso?
—Huele al amor del Niño Jesús —decían papá y mamá.
Las trompetas eran grandes como los brazos de papá, con colores, como tiras del arco iris; la de Ricardo era amarilla y la de Néstor naranjada.
—Definitivamente ese Niño Jesús quiere mucho a estos niños. ¿Así se manejaron de bien? —preguntaban los tíos.
—Siiiiiiiiiiiiiii —decíamos todos en coro.
En febrero, Oliva y Rosita estuvieron de visita en la casa. Antes de tomar el algo, se sentaron en el cuarto de mis padres a conversar. Mi mamá me pidió: Luz de Luna, retírate, que estas son conversaciones de mayores. ¿Y que será lo que hablan los mayores que yo no puedo oír? Me pregunté.
Y cuando mamá se descuidó, me senté invisible a un ladito.
Las trompetas de la Navidad, miraban silenciosas desde el chifonier, hasta que Oliva las puso a hablar.
—No querida, ¡que regalos tan hermosos los de esta Navidad! Cómo les trajeron de cosas este año. Que trompetas más divinas, parecen muy caras. ¿Así están de platudos?
Abrí los ojos, los oídos y la desilusión.
—¡Nada, si me costaron lo más de baratas!
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