19 Ene ¡Quiero ser millonaria y flaca!
Esa fue la expresión que le oí a una chica que llamaremos Tatiana y que conozco un poco más allá de lo superficial. Tatiana es profesional, tiene una pareja a quien muy bien le cabe el apelativo de príncipe. Ella es joven, bella, inteligente, tiene un cargo en una multilatina con proyección de futuro, además es flaca y lo que quiere lo puede comprar, sin llegar a las extravagancias.
Cuando la escuché decir aquello me quedé pensando en el tema que trataba el día de ayer y es que vivimos trasteando la felicidad. Y entonces se sumaron elementos a ese tema (aquí el artículo: ¡elijo ser feliz ya!).
Tatiana es un vivo ejemplo de que nunca estamos contentos con nada, nada nos satisface, o quizá sí, pero la satisfacción es momentánea, pasajera. Alimentamos el deseo y cuando obtenemos eso que deseamos, flash, se acabó el encanto.
Te has encontrado en esa orilla de: seré feliz cuando me baje estos kilos de más, o si pudiera comprar esto o lo otro. O quizá lo pones en el cajón de los condicionales: sería feliz si no tuviera estas arrugas en la cara, sería feliz si tuviera el cuerpo de Jennifer López, sería feliz si me pudiera dar un viajecito a las islas griegas o a Paris.
La felicidad empieza por amarnos y aceptarnos tal y como somos hoy, sin condiciones. Párate frente al espejo, mírate a los ojos, a los ojos y di: te quiero y te acepto tal como eres. Me quiero y me acepto tal como soy. Al principio te resultará difícil, incluso estúpido, con la práctica te darás cuenta de que esos ojos te conectan con el ser verdadero que te habita y que lo único que puede hacerte feliz es quererte y aceptarte tal como eres. Amémonos hoy. Ámate hoy.
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