31 Mar ¿QUIERES UN MILAGRO?, ENTONCES PÍDELO
Llegué a mi casa como un papá Noel, abrí la cajuela de carro y me dije ¡que montón de paquetes! Y en mi casa no hay nadie, pensé de inmediato en llamar a los chicos de oficios varios, ya se habían ido, era demasiado tarde. Volví a mirar mis paquetes con cierto desconsuelo y parecían decirme: vamos sácanos de aquí. Entonces pedí: ¡por favor que aparezca alguien que me ayude!
Empecé asacar las bolsas y de la nada apareció una mujer, sí una mujer y mayor, que me de entrada me echo un piropo: Niña déjeme yo le ayudo. No lo podía creer, la mujer agarró el mayor número de bolsas que pudo, yo me quedé con algunas. ¿Para dónde vamos preguntó? Lo dijo con entusiasmo. Para el sexto piso, repliqué.
La mujer tenía una de esas caras que cuando las miras te pones contento, como si la niña que la habita me estuviera saludando, con una placidez en el rostro y una alegría genuina de estar allí, siendo útil. Me dijo se los llevo hasta su casa pero luego me baja porque le tengo terror a los ascensores. De acuerdo, le dije.
Subimos, nunca la había visto. Me contó que trabajaba en un apartamento vecino desde hacía siete años, que llegaba todos los días muy madrugada, que no manejaba pereza para nada, pero que montar en ascensor le daba pánico.
Llegamos. La mujer bajó las bolsas con esa misma sonrisa esplendida, gozosa. Yo estaba maravillada. Entonces le pregunté: ¿te gustaría soltar el miedo a los ascensores? Claro, me dijo, imagínese por esa bobada mía le va tocar a usted volver a bajar, entonces le di mi tarjeta diciéndole por allí te espero para que soltes ese miedo.
Leí una vez en un curso de milagros que éstos pueden ser pequeños o grandes, no importa su magnitud, los milagros son milagros y yo lo sé sólo hay que pedirlos, de manera tranquila, sin rasgarnos las vestiduras, sin exigirlos, sólo pedirlos amorosamente para dejar que aparezcan de forma mágica de algún lado.
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