¡No quiero ese nombre!

¡No quiero ese nombre!

La naturaleza salvaje de una mujer o de un hombre sale a flote y se impone  en cualquier momento. Me encanta cuando escucho historias que dan cuenta de ello, todo mi ser aplaude,  es algo extraordinario. Aunque a veces, quizá muchas veces, ese espíritu salvaje  se queda relegado, escondido. ¿Por qué?,  quizá por miedo, por los introyectos, por los mandatos de los mayores que nos permearon en la infancia. ¿Entonces qué pasa? corremos el riesgo de no ser auténticos, de no hacer lo que palpita dentro de nuestro corazón.

Esta semana estudiábamos  de la psicoanalista Junguiana Clarissa Pinkola Estés, el capítulo 4 de Mujeres que corren con lobos,  que  trae un acápite en torno al Poder del nombre. Y  sobre el tema plantee al círculo de mujeres las siguientes reflexiones: ¿Cuál ha sido la experiencia con tu nombre?, ¿de dónde surge?, ¿Conoces cuál fue la razón para que  te  dieran ese nombre?, ¿cuál es el significado mitológico,  o de otro orden?, ¿te ha gustado tu nombre, te gustaría tener otro, cuál?

En el momento de discutir en torno a cómo nos sentimos con el nombre, si nos ha gustado o si preferimos tener otro, Ana Carolina nos relató su historia,  me encantó y te la quiero compartir.

Cuando tenía tres años  me di cuenta de mi nombre, Ana Carolina. Me lo preguntaba, lo repetía en mi cabeza, en silencio, ¿Ana Carolina, Ana Carolina?, no,  ese nombre a mí no me gusta, yo no quiero llamarme así. No sé por qué,  pero no me sentía cómoda con ese nombre tan largo, ninguna amiguita mía se llamaba así, era un nombre como para una persona más grande.

Así que un día después de pensarlo mucho, de estar dándole vueltas al asunto decidí resolverlo yo misma. Me fui corriendo al patio de mi casa, me metí en el fregadero de ropa,  tomé  una taza desbaratada de lata que mi mamá mantenía en el tanque,  con la que sacaba el jabón a la ropa y  empecé a echarme  agua encima y a decirme: yo me llamo Kris, yo me llamo Kris, yo me llamo Kris. Me bajé de allí feliz y contenta, porque yo me había bautizado con el nombre que a mí me gustaba.

A partir de ese momento cuando mi mamá, mis hermanos, mis amiguitas, las profesoras o cualquier persona me llamaba por mi antiguo nombre yo les replicaba mi nombre es Kris y sólo atendía por mi nuevo nombre y ahora con  mis 45  en la cédula me sigo llamando Ana Carolina y en la vida real Kris.

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