08 Mar Dile que estamos esperando que se vaya
Miguel tiene 20 años, es un chico delgado, introspectivo y sonriente, llega a mi consultorio acompañado de su padre y de su madrastra, ella lo trata con tanto afecto e interés que pensé que era la madre.
Siempre que los padres me traen un hijo, sin importar la edad, me explican los síntomas y las razones por las cuales están en la consulta, quieren que no se escape nada. Ignoran que para un terapeuta lo importante es el sentir del paciente, de qué manera él o ella ha leído cada evento, cada experiencia, pues todos asistimos al espectáculo de la vida a nuestra manera.
Respetuosamente les pedí a los acompañantes que me dejaran a solas con el chico. El espacio de terapia es un espacio sagrado donde mi paciente se permite ser, expresar todo lo que le viene en gana, sin barreras, sin miedo, sin restricciones, nada de lo que se diga allí es vetado, censurado, considerado bueno o malo, por nada será juzgado, es un espacio para expresarse libremente. Cuánto agradecen los chicos este gesto, aunque tengan buenas relaciones con sus padres. Hay cosas que son de ellos, pecadillos que no quieren que sus padres se enteren o que quizá, ellos conocen pero que se avergüenzan de recordarlos frente a ellos.
Le explico ampliamente a Migue de qué manera trabajo. Establezco sus expectativas y lo llevo a la camilla.
En el proceso empiezan a salir los miedos que paralizan a Miguel: “le tengo miedo, mucho miedo a mi padre”. Encuentro que el origen de dicho temor nace de las introyecciones que su madre le sembró en la infancia, introyectos, mensajes negativos tales como “tu padre te regaña porque no te quiere”, “él es un hombre malo”… “No puedes querer a un hombre malo como tu padre”…”Puedes perder el año, no importa, lo repites de nuevo…”.
Miguel sigue recordando: tengo cinco años estoy con mis juguetes en el patio de mi casa, hace calor, siento que mi papá acaba de llegar, de pronto mi mamá llega al patio y me pide en secreto: “ve y dile a tu padre que estamos esperando que se vaya…”
La madre no contenta con sembrar mensajes negativos en el chico, pone en sus hombros la responsabilidad de sacar al padre de sus vidas, ¿y qué sucede? Divide a Miguel, él no quiere que papá se vaya, tampoco quiere que mamá se enoje o le castigue por no obedecer…
¡Cuidado con lo que hacemos y decimos a los chicos y frente a ellos!, allí están los traumas del adulto.
Por supuesto que podemos tener discusiones con nuestra pareja, por supuesto que podemos decidir no convivir más con el otro, por supuesto que podemos terminar la relación. Tenemos que hacerlo con altura, de tal manera que nadie salga lastimado, que los chicos no se conviertan en el tire y afloje de la relación, no los utilices como elemento de manipulación.
Una niña después de sus padres le informaron que se separarían lloró prometió: me portaré bien de ahora en adelante, jamás volveré a hacer pataleta, sacaré buenas notas en el colegio, no volveré a pelear con mis amiguitos.
Si decides terminar con la relación, está bien, háblalo con los chicos, busca un espacio para conversarlo con ellos y cuéntales, diles algo como: papá y mamá ya no vivirán más juntos, yo siempre seré tu papá, yo siempre seré tu mamá, e incluye al otro, ella siempre será tu mamá, él siempre será tu papá, y siempre te vamos a querer. He conseguido una nueva casa, allí tienes tu propio cuarto y cada ocho, quince días vendré a recogerte, allí podrás venir con tus hermanos, con tus amigos, con tus juguetes…
Hablar de forma clara relajara a los chicos y les sacará la culpa que les genera la separación.
Margara Arboleda G
Publicado el 16:06h, 24 octubreBuenísimos, muy interesante cada artículo, de inmensa utilidad para todo aquel que lo lee. Gracias por compartirlos.