A mi padre

A mi padre

Papá hace las cosas con entusiasmo, con ganas, con  un contento y una  vitalidad de muchacho que contagian. Parece que estuviera estrenando batería. Y no importa cuál sea la tarea, todas las aborda de igual manera como un artista esculpiendo su obra maestra. Papá no conoce la pereza, ni siquiera cuando hace calor y se indigna cuando la ve apoltronada en alguien.

Papá es impecable y como un terremoto en miniatura,  dobla los pijamas, fila los
tornillos, recoge los vasos que regamos por la casa, dobla incluso la ropa sucia que va a lavarse.

Papá  aprendió a hacer muchas cosas: tomar fotografías, hacer  pantalones componer la luz, una tina,  un baño, una puerta, una heladera, una plancha, cualquier cosa que se le ponga enfrente.  En mi primer paseo al campo, fuimos a la casa del abuelito Manuel, olvidamos las cucharas, papá las hizo de un árbol.

Papá me enseñó a conocer la ciudad en un plano cartesiano que él se inventó,  y nunca me he perdido.  En un lugar nuevo se mueve ligero como una mariposa y no quiere preguntar, le parece tonto, prefiere utilizar la intuición, aunque a veces dando vueltas se enfada.

A papá le gusta ayudar, servir y amar a su familia. Sobre todo, eso,  amar a su familia. Nos quiere a todos por igual, sin distingos, con ese amor universal que no
despierta celos ni envidia. Para cada hijo y para cada nieto  hay la misma porción.

Papá es testarudo, cuando se le metió que iba a conquistar la chica que mataba los ojitos de doña Inés,  jamás desistió, por eso estoy yo aquí, mis hermanos y nuestros hijos también.

A papá le gusta leer el periódico desde la primera letra hasta la última,  escuchar las noticias en la radio y la televisión. Sabe para donde va el país y sostiene cualquier conversación sin importar quién es el interlocutor.

¡Papá conoce a tanta gente! Ingenieros, abogados, médicos mecánicos,  amas de
casa, gente del común, con estirpe y sencilla, a todos habla con frescura, con
fluidez, de tú a tú.

A Papá no le gustan los viajes que lo arranquen de su terruño, de su mujer y de sus hijos,  por eso cuando ha viajado solo,  se devuelve rapidito sin encontrar ningún sabor en el otro lado.

Papá es simple como un ermitaño y no necesita nada, él está lleno con su mujer, sus hijos y sus nietos.

Papá no es tímido y por eso ninguno de nosotros lo es.  Tampoco tiene miedo.  O  tal vez debería confesar que le vi un asomo de miedo cuando la parca se aproximaba a mi madre, o a alguno de los siete.  Ella venía caminando,  despacio, disfrazada, papá la identificaba, la miraba a los ojos, sacaba el machete se batía con ella,  la madreaba  y la parca salía corriendo.  Igual hacía con el diablo cuando se arrimaba a nuestros sueños.

A papá le gustan los frijoles, el chocolate y la mazamorra,  y no rechaza ninguna vianda pues tiene un estómago de niño al que nada le cae mal.

A papá podría definirlo con una o mil  palabras: servicio. Entrega, amor. Generosidad. Papá da sin rasero,  sin importar si es para el transeúnte anónimo,
la chica que revienta juventud o la anciana babeada.  Y es que Papá no conoce
medida.

Papá Si te hubiera pedido tus ojos me los hubieras dado y habrías caminado sin ver por el mundo, si te hubiera pedido tus brazos ahora serías manco.  Si te hubiera pedido tus riñones, tu hígado, tu corazón me los hubiera dado,  sin recriminarme, sin pedirme nada a cambio y  hubieras seguido gozoso, porque yo estaba completa. Papá olvidó que crecimos y continúa
cobijándonos.

Papa quiero ser como tú.

 

Luz Marina Hoyos Duque

 

 

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