Te pido perdón papá

Te pido perdón papá

En la reunión del  Círculo de Mujeres de esta semana saqué a relucir el carisma poético de mi madre a raíz de la lectura de los textos que mamá escribe por un cumpleaños, una felicitación, la alegría o la tristeza que un evento le produce. Una compañera remarcó: “siempre hablas de tu madre de manera generosa”.

Al hilo de lo expresado por esa compañera contrasté a mis padres dejando a papá  mal situado, incluso utilicé un adjetivo desproporcionado,  por el hecho de que papá ha sido  un negado para hacer lo políticamente correcto, para atender los dictados de las normas sociales, porque llama las cosas por su nombre,  sin miramiento y sin maquillaje alguno y   sí papá dice groserías.

Quedé con un malestar en el cuerpo, porque sabía que no había sido justa con mi padre, que no lo había honrado,  sentí tristeza,  arrepentimiento y por esa expresión quiero pedirte perdón papá. El  texto que escribí cuando te convertiste  en un hombre octogenario habla  de tu esencia. Tú forma de ser,  expresar y hacer,  da cuenta de tu coherencia, de tu impecabilidad.

Este es el texto que escribí para ese cumpleaños:

Papá hace las cosas con entusiasmo, con ganas, con  un contento y una  vitalidad de muchacho que contagian, parece que estuviera estrenando batería,  y no importa cuál sea la tarea, todas las aborda de igual manera como un artista esculpiendo su obra maestra.

Papá no conoce la pereza, ni siquiera cuando hace calor y se indigna cuando la ve apoltronada en alguien.

Papá es impecable y como un terremoto en miniatura,  dobla los pijamas, fila los tornillos, recoge los vasos que regamos por la casa, dobla incluso la ropa sucia que va a lavarse.

Papá  aprendió a hacer muchas cosas: tomar fotografías, hacer pantalones,  componer la luz, una tina,  un baño, una puerta, una heladera, una plancha, cualquier cosa que se le ponga enfrente.  En mi primer paseo al campo, fuimos a la casa del abuelito Manuel, olvidamos las cucharas, papá las hizo de un árbol.

Papá me enseñó a conocer la ciudad en un plano cartesiano que él se inventó,  y nunca me he perdido.  En un lugar nuevo se mueve ligero como una mariposa y no quiere preguntar, le parece tonto, prefiere utilizar la intuición, aunque a veces dando vueltas se enfada.

A papá le gusta ayudar, servir y amar a su familia. Sobre todo eso,  amar a su familia.

Nos quiere a todos por igual, sin distingos, con ese amor universal que no despierta celos ni envidia. Para cada hijo y para cada nieto  hay la misma porción.

Papá es testarudo, cuando se le metió que iba  a conquistar la chica que mataba los ojitos de doña Inés,  jamás desistió, por eso hoy  estoy yo aquí, mis hermanos y nuestros hijos también.

A papá le gusta leer el periódico desde la primera letra hasta la última y escuchar las noticias en la radio y la televisión. Sabe para dónde va el país y sostiene cualquier conversación sin importar quién es el interlocutor.

¡Papá conoce a tanta gente! Ingenieros, abogados, médicos mecánicos,  amas de casa, gente del común, con estirpe y sencilla, a todos habla con frescura, con fluidez, de tú a tú.

A Papá no le gustan los viajes que lo arranquen de su terruño, de su mujer y de sus hijos,  por eso cuando ha viajado solo,  se devuelve rapidito pues no encuentra  sabor en el otro lado.  Papá es simple como un ermitaño y no necesita nada, él está lleno con su mujer, sus hijos y sus nietos.

Papá no es tímido y por eso ninguno de nosotros lo es.  Tampoco tiene miedo.  O  tal vez debería confesar que le vi un asomo cuando veía que  la parca se aproximaba a mi madre, o a alguno de los siete.  La parca venía caminando,  despacio, disfrazada, papá la identificaba, la miraba a los ojos, sacaba el machete se batía con ella,  la madreaba  y la parca salía corriendo.  Igual hacía con el diablo cuando se arrimaba a nuestros sueños.

A papá le gustan los frijoles, el chocolate y la mazamorra,  y no rechaza ninguna vianda pues tiene un estómago de niño al que nada le cae mal.

A papá podría definirlo con una o mil  palabras: servicio, entrega, amor, generosidad. Papá da sin rasero,  sin importar si es para el transeúnte anónimo, la chica que revienta juventud o la anciana babeada.  Y es que Papá no conoce medida.

Si te hubiera pedido tus ojos me los hubieras dado y habrías caminado sin ver por el mundo, si te hubiera pedido tus brazos ahora serías manco.  Si te hubiera pedido tus riñones, tu hígado, tu corazón me los hubiera dado,  sin recriminarme, sin pedirme nada a cambio y  hubieras seguido gozoso, porque yo estaba completa. Papá olvidó que crecimos y continúa cobijándonos.  Papa, quiero quiero ser como tu.

1 Comentario
  • Margara Arboleda G
    Publicado el 09:13h, 24 junio

    «Papá quiero ser como tú». Lo maravilloso de la vida es la masa de lo que estamos hechos, varios son sus componentes y tenemos ingredientes de lado y lado que al mezclarse forma el sinigual ser que somos, durante el tiempo que vivimos vamos añadiendo otros ingredientes que nos gustan y van haciendo mas delicicioso el pastel, pero en esos primeros estan muchas cosas de nuestros ascendientes que identificamos en el espejo: una mirada, un gesto, un hacer y en alguno está tu papá indudablemente, indiscutible los abuelos; hay cositas fisicas que hoy en día podemos retirar porque que horror o dejarlos ahí porque que rico tener, los legados buenos, atesorarlos y los no tan buenos en lo posible dejarlos de lado y ustedes los Psicologos estan ahí para ayudar en ese transitar de obstaculos cuando no podemos hacerlo por nosotros mismos. La Sicología, maravillosa e indispendable profesión.

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