…él me lanzó al río

…él me lanzó al río

Han pasado muchos años desde que atendí a Carmela en la Fundación Unidas, allí se atiende a los desvalidos, a los desplazados, a los que no pueden pagar. Su caso me lo trajo a la memoria una periodista, redactora de Especiales El Tiempo cuando me pidió una reseña de casos, por el tema del perdón que El Proceso de Paz pone sobre el tapete, pues en psicoterapia al resignificar leemos de una manera nueva las experiencias traumáticas, soltamos, perdonamos.

Han pasado algunos años y no puedo olvidar a Carmela, ella es una mujer de piel negra, con una nariz pequeña, perfecta, alta como una palmera a la orilla del mar, reía con una tristeza profunda con los dientes más blancos y preciosos que jamás haya visto.

Carmela tenía entonces 23 años, era estudiante de enfermería, soltera, sin hijos. Apoyaba a la fundación como voluntaria.   Me plantea el siguiente motivo de consulta: “tengo dificultad para establecer relaciones con mis pares, para encontrar pareja.  Incertidumbre con mi vida académica, familiar, social. Terror de enfrentar el mundo. No soy suficientemente inteligente, ni bonita. Resentimiento con mis padres. Dolor en la garganta y una tos que siempre me acompaña, los médicos no encuentran causa orgánica alguna”.

En proceso Carmela revive el origen de sus traumas, rabias y complejos: “tengo 7 años, estoy con mi tata en el rio, sacamos oro, estoy meciendo mi batea. Al poco rato mi tata me pide, hija deja eso.

Me toma de la mano y empezamos a subir río arriba, caminamos mucho, de pronto mi tata me mete en un costal, lo amarra y me tira río abajo. Grito, lloro, siento terror. Chillo con todas mis fuerzas y trato de soltarme, la corriente me arrastra, voy bajando con fuerza, con mucha fuerza, estoy horrorizada.  De pronto milagrosamente me atranco en una peña, allí me doy cuenta de que el costal tiene un hueco, con mis manos empiezo a tratar de abrirlo, después de mucho luchar, de frotarlo contra la roca algunas fibras se revientan, saco la cabeza, finalmente salgo…

Es de noche, estoy debajo de un árbol, mojada, aterrorizada, con frío, abandonada, siento mucho miedo, ¿y ahora qué, a donde voy a ir? Todos los ruidos son aterradores, poco a poco me adapto. Escucho el sonido del agua, los animales que se mueven en la noche tras los arbustos… todo en mi cabeza es confusión, trato de entender lo que no puedo entender.

Al día siguiente llego a casa de mi tía Herminia, está en shock, no puede creer lo que le cuento. Llama a su hermano Pedro que vive en Medellín y de inmediato me monta en un bus.

Mi tía Herminia me cuidó, me guardó, me protegió desde entonces, se convirtió en mi padre y mi madre.  Ella es mi cómplice para convertir mi sueño en realidad de ser enfermera…

En el proceso psicoterapéutico Carmela logra perdonar a su padre. Y entender por qué él había actuado de aquella manera. ¡La pobreza, la inanición, la hambruna!

Meses después hable con Carmela.

Volví a mi tierra, cuánto la amo, allí nací, crecí y viví experiencias difíciles… En el momento fueron cosas complicadas, ahora me doy cuenta de que todo eso me convirtió en la persona que hoy soy.

¡Éramos tantas bocas para alimentar, y tan pobres! Mamá inventaba platos con plantas raras.

Le sugerí a Carmela que volviera a visitar a los suyos. Así me relata su encuentro: “después de la terapia tuve la fuerza para emprender esa visita, sentía que era necesario hacerlo, era la forma de comprobar hasta donde había podido sanar y perdonar. Cuando usted me dijo estás lista para visitar a los tuyos, vacilé, dos meses después emprendí el camino de regreso. Era necesario para poder terminar de cerrar ese ciclo.

Fue un encuentro de emociones mezcladas…lágrimas,  muchas lágrimas, abrazos, perdones. Mi tata estuvo silencioso, luego no paró de llorar, de pedirme perdón. La terapia me dio la fuerza necesaria para soltar y perdonar.  Me siento libre.

 

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