Los hijos, unos maestros

Los hijos, unos maestros

Percibo que el día de la madre y  los demás días establecidos no se  escapa a los tentáculos del Dios Mercurio, el consumismo. Cada día, sin importar la fecha  es la oportunidad para celebrar la vida de esos seres que amamos. No obstante respeto los que quieren honrar estos días y se hacen presentes.

A propósito del día de la madre mi tío Tulio, que ya casi es nonagenario me llamó para decirme: “te quiero felicitar por la  belleza de hijo  que tienes”. Le recordé: “Tulito,  tengo dos”, me replicó, “lo olvidé, es que  trato más a Danielito”. Y es que Daniel apoya a mi tío en todos los temas de tecnología a los que Tulio no encuentra respuesta, si  traba el celular, si se le coló un virus a su pc o cuando quiere cambiar la cama de sitio. Dany con paciencia y amor lo apoya, sin esperar nada a cambio.

Los hijos han sido para mí un regalo maravilloso de la divinidad. Tuve ovario poliquístico y cuatro o cinco ginecólogos a donde mamá me llevó vaticinaron que nunca podría tener hijos. Con esa terrible profecía en mi corazón, rogaba y  clamaba a Dios: “por favor dame hijos”, él me escuchó y hoy tengo dos maravillosos retoños.

Mamá dice que quiere a los hijos por igual y yo en mi piel de madre siento que no quiero a mis hijos por igual, que los quiero distinto, no más, no menos, distinto, soy una mamá distinta para cada uno. Una madre que se ajusta a su temperamento, a su carácter, a sus necesidades, a sus tiempos. De esta manera he construido una relación que me encanta con mis hijos y que por ello doy gracias cada día, soy feliz desplegando este rol.

Sí,  cada hijo es distinto y se relaciona con nosotros de una determinada y especifica manera, la suya y de esa forma las madres respondemos, es como una danza. Y la felicidad en la forma como fluye mi relación con mis hijos no nace del hecho de que nunca tengamos una discusión o un desencuentro, por supuesto que los tenemos, esta es una manera de crecer, de conocernos, de  tener claros los límites de uno y otro lado.

Y ya que mi tío pone en escena a Dany quiero contarte una experiencia que me maravilla con él. Cuando tengo un rifirrafe, una discusión con Dany, me busca me abraza y me da un beso  antes de irse a su cuarto o de salir de la casa, con una conciencia absoluta de nuestra finitud, me lanza una frase de reconciliación: “madre abrazo, beso, no quiero morirme o que tú te mueras y que me quede o te quedes con el recuerdo y el sabor de este desencuentro”.

Sabiduría absoluta, mi hijoDaniel tiene conciencia plena de nuestra impermanencia.

 

1 Comentario
  • Olga
    Publicado el 11:37h, 17 mayo

    Es muy linda la relación de los hijos con los padres. Cuando uno pierde a su madre desde niño esas experiencias nunca las vamos a tener porque son únicas.

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