¿Cuál es mi propósito en la vida? ¿Dónde puedo encontrar el sentido a mi vida?

¿Cuál es mi propósito en la vida? ¿Dónde puedo encontrar el sentido a mi vida?

He escuchado a mis pacientes muchas veces hacerse esta pregunta, ¿te las has planteado tú alguna vez? Los más jóvenes muchas veces están confundidos y sienten que su propósito en la vida es: tener éxito, ser famosos, o conseguir mucho dinero y tienen terror de no lograrlo.

Este fin de semana me fui a la India a través de “Sonrisas de Bombay”, el libro de Jaume Sanllorente. En el cumpleaños de mi madre mi hermano Juan Carlos me entregó el libro diciéndome, lo devoré en una noche, no podía parar. Y es verdad, empiezas y no puedes detenerte.

Acompañé a este barcelonés, en su sueños, en sus luchas, en sus derrotas, en todos los obstáculos, en cada meta que se propone, en sus logros y todo el libro te habla de misión, de propósito de vida. ÉL lo expresa de una manera tan poética, tan hermosa, tan visceral, tan veraz, que todo el tiempo se te hace un nudo en la garganta. Mi hijo Daniel me dijo todo el tiempo, mami tú no te sientas a leer, tú te sientas a llorar el libro.

Hay un pasaje precioso que retrata su sentido y su propósito de vida, me conmovió profundamente, me inspiró de forma total y sólo es la punta del iceberg. Te lo transcribo textual, espero que a ti también te inspire:

…la ciudad también me obsequiaba vivencias preciosas. Recuerdo una bonita escena, acaso intrascendente por sí sola, pero que no olvidaré mientras viva. Serían las doce del mediodía cuando el taxi donde viajaba se paró en uno de los múltiples cruces…una anciana se acercó a la ventanilla del coche, con una sonrisa hipnótica. Sus ojos irradiaban la bondad más absoluta y su cara, muy morena, estaba notablemente ajada, debido al paso de los años y, seguramente, también a la pena y la soledad. Era vendedora de rosas, como las que llevaba en su mano, frescas y de un rojo intenso, tanto como el interés que ella despertó en mí.

—Cómpreme una flor, se lo ruego— pidió con voz melosa—, su novia estará contenta.

—Señora, no tengo novia.

—Pues yo seré su novia— dijo dulcemente sin dejar de sonreír.

La ternura de aquella mujer me caló tan hondo que le compré todo el ramo, abonándole una cantidad de rupias equivalente a varios ramos mas. Su expresión de alegría fue un hermoso regalo y me sorprendí contento y feliz al ver la sonrisa de aquella anciana, al pensar en su júbilo, en su ilusión. A partir de ahí empecé a percibir, de una manera intensa lo placentera que es la acción de dar. Entregar sin esperar nada a cambio. Regalar, pensando tan sólo en aquel que recibe.

Hacer felices a los demás es el verdadero secreto de la felicidad, no hay otro truco. Desprendernos totalmente de nuestros propios intereses y centrarnos en los de los demás y en lo que puede hacerlos felices. Esta es la formula infalible para dar sentido a nuestra existencia, para bailar al compas, marcado por el verdadero impulso de humanidad y vida. Somos instrumentos de amor y los instrumentos sólo tienen valor cuando son escuchados por una audiencia.

Buscamos siempre nuestra propia dicha, esperando ser más felices, teniendo esto, o comprando lo otro, imaginando que vivimos de una u otra manera y buscando en otros, las alternativas para llegar a nuestra propia plenitud. No, ese no es el camino. Únicamente pensando en los demás y olvidándonos de nuestros intereses y ambiciones podremos comprender y adquirir plenamente el sentimiento de la felicidad con todas sus notas y matices…nosotros servimos para vestir con regalos y alegría el corazón y el alma de los demás y para transmitir, mediante el amor el gozo de la vida.

El semáforo cambio a verde y el taxi avanzó. En un intento de devolverle las rosas (ya que eran para mi novia, y mi novia era ella) las flores volaron por los aires y formaron una bonita nube roja en medio de aquella polvorienta ciudad. El paisaje que dejaba atrás era de una belleza impagable: la anciana, contenta y sonriente rodeada de pétalos rojos que danzaban a su alrededor antes de sucumbir al inevitable instante de la caída.

Agradecí profundamente el haber sido testigo de aquella preciosa imagen y que la mujer, al menos esa noche, pudiera tener unas cuantas rupias que le permitieran acostarse con el estomago lleno y el recuerdo de un momento mágico, en el lecho de catón donde probablemente malvivía.

Sin embargo eso no me bastaba, ¿Por qué me debía alegrar de que comiese esa noche? ¿Acaso no lo seguiría haciendo sobre una cama de cartón?

Comparto la visión de Sanllorente, nuestro propósito y nuestra misión de vida ha de pasar por ¿de qué manera puedo servir  al otro?

Ps. Luz Marina Hoyos Duque
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